20 agosto 2006

La Very Important Plebe contraataca

Este fin de semana he tenido un nuevo contacto con el glamour. En esta ocasión gracias al periódico y a Joaquín Cortés.

Os cuento. El sábado pasado Joaquín Cortés actuaba en el hotel Las Dunas, que está en Estepona aunque la dirección del establecimiento se empeñe en decir que son marbelleros. En fin, la entrada costaba 785 euros e incluía una cena de esas en las que algunos se pulen en una noche el dinero con el que otros comemos, nos vestimos, pagamos el alquiler, el teléfono, la letra del coche y la gasolina de un mes.

El caso es que tenía que hacer una crónica para el periódico, así que llamé a mi prima y nos acreditamos por el periódico, y de camino, mi hermano y su novia se convirtieron en corresponsales improvisados de una publicación local.

Cargados con las cámaras de fotos, una de ellas sin carrete, y con el coche más nuevecito y limpito que pudimos recolectar entre nuestro escaso patrimonio, pusimos rumbo al hotel, mientras mi hermano nos contaba que una amiga de un amigo suyo llevaba todo el día peinando a princesitas en el hotel y ganando 150 euros a la hora. Un chollo, sobre todo cuando comprobamos el mal gusto de las niñas, por muy ricas que sean.

El caso es que allí estábamos los cuatro, dispuestos a colarnos en una fiesta de 800 euros por la cara (todo sea por el derecho a la información). Como era de esperar, nos sentaron en la mesa más apartada, pero justo en la entrada, con lo cual pudimos presenciar en directo la entrada de las glamourosas princesitas árabes que se cubrían sus glamourosos rostros con sus glamourosos bolsos para que no las fotografiaran mientras lucían sus largas melenas rizadas coronadas con una triara de esas que llevan las princesitas de los cuentos. Nada más verlas pensamos que la peluquera había triunfado ese día. 150 euros por colocarle a una niñata una diadema. Increíble.

Desde nuestro sitio privilegiado observábamos las caras de esos remilgados que en una noche se pulían el equivalente a nuestro sueldo mientras comían sin hacer casi ruido, sin reirse, y estirados al máximo, como si se les fueran a soltar las horquillas del moño. Se convirtieron, para nosotros, en una especie de teloneros cómicos que nos entretuvieron mientras nos servían la ensalada de bogavante con caviar de erizo, el solomillo de ternera, la mousse de coco y demás pijadas. Pero como dijo algún compañero, nos faltó el Magnum Frac.

Nosotros observábamos, que para eso estábamos allí, como se encargó de dejarnos bien claro la organizadora del hotel en el momento en el que echó del recinto a una periodista que había osado hablar con la novia de Joaquín Cortés para ver si le podía hacer una foto. "Te doy dos minutos para salir o llamo a seguridad". Increíble pero cierto.
Se ve que el dinero y el glamour lo compran todo. Bueno, todo no, porque como pudimos comprobar in situ no se puede pagar con la Visa el buen gusto, la educación y tampoco el arte, porque los privilegiados que aquella noche convirtieron a Joaquín Cortés en su flamenquillo particular al estilo de las películas de Manolo Escobar tendrían la cartera llena, pero nada de salero. Prueba de ello era el guiri de la mesa de enfrente nuestra que se balanceaba de izquierda a derecha mientras daba palmas sin ton ni son cuando acabó con el vino de toda la mesa.

Si yo fuera Joaquín Cortés, el espectáculo de Las Dunas habría sido el más decepcionante de mi carrera. Pero bueno, solo es una reflexión de un miembro de la Very Important Plebe.

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