13 octubre 2006
Parricidas con chupete
El parricidio se define como "el delito que se produce al matar a un familiar, ascendiente o descendiente, especialmente al padre o a la madre". Atendiendo a esta definición, es lógico entender que aquel que comete un parricidio sería un parricida. Lo que no sé es si provocar la "muerte cerebral del ascendiente o descendiente" también te hace merecedor de este calificativo. En cualquier caso, yo voy a partir de esta premisa y voy a analizar a unos temibles asesinos de mentes: Los parricidas con chupete, también conocidos como bebés.
Antes de entrar en materia, quiero dejar claro que no siento ninguna animadversión hacia esas pequeñas personitas con pañales. Es más, podría considerarme como una víctima de parricidio cometido por niños que ni siquiera son míos, por lo que aprovecharé este instante de lucidez en el que he conseguido liberarme del influjo de sus balbuceos para analizar a estos peculiares "asesinos" capaces de hacerse con las mentes de sus progenitores.
En el momento en el que un bebé llega a casa está claro que todo cambia. Tras la alegría inicial propia de un acontecimiento de este tipo comienzan a llegar las primeras noches sin dormir, los llantos incesantes, los chillidos agudísimos... En definitiva, el parricida con chupete inicia un proceso de privación sensorial similar al practicado con los presos de Guantánamo al objeto de debilitar al enemigo y traerlo a su terreno.
En cuestión de días, ese bebé tan adorable y sonrosado que parecía la criatura más frágil del planeta consigue dominar a dos personas adultas, (hechas y derechas) marcándoles su agenda, sus horarios de comida y sueño y su vida social sin necesidad de recurrir al Outlook o al Palm de papá.
Una vez que el parricida consigue restringir el universo de los que los trajeron al mundo, (aislándoles en muchas ocasiones de su vida anterior como si del líder de una secta se tratase), el estratega inicia la segunda fase de su maléfico plan: el reblandecimiento cerebral.
Es entonces cuando los adultos, (que ya han olvidado que ellos también fueron parricidas y aplicaron los mismos métodos que sus pequeñas criaturas) comienzan a balbucear, a bizquear y a gritar delante de esos "lobos con piel de cordero" a voluntad de los parricidas que, además, se ríen en tu cara, satisfechos al ver como han conseguido que hagas el ridículo en mitad de la calle rodeado de no abducidos que te miran con extrañeza. Y lo peor es que tú estás orgullosísimo de ver como ese enano malvado se parte descaradamente creyendo que has dominado su humor a tu voluntad (pobre iluso).
Una vez reblandecido el cerebro, los síntomas comienzan a hacerse notar en la vida de los parricidiados. A saber:
a) Las cacas, mocos, legañas y demás flujos de tu bebé, así como su consistencia y color se convierten en un tema ineludible de conversación, especialmente si tus interlocutores son también víctimas de parricidio.
b) Incluyes palabras como "tete", "bibi" o "yaya" incluso en una conversación con adultos.
c) Desarrollas un superpoder mutante de protección para con tu pequeña criatura. Eres capaz de sacar tu lado más verdulero en el caso de que detectes cualquier actitud en el mundo exterior que pueda interpretarse como una amenaza. Es entonces cuando dices, sin poder evitarlo, frases que hasta ahora habías odiado con todas tus fuerzas como
"¡¡¡¡¡ Niño con la pelotita!!!!!".
Así pues, cuando vuelvan a enfrentarse a su pequeño parricida, sean conscientes de su terrorífico poder y sobrepongánse a sus chantajes en forma de sonrisas estratégicamente diseñadas, canturreos adorables y discursos balbuceados. Si no pueden, déjense llevar, al fin y al cabo ellos serán los que manden en sus vidas durante los próximos 30 años