22 diciembre 2006
Frases navideñas
Como decía en el post anterior, ahora lo que toca es hablar de Navidad.
En esta ocasión voy a analizar los tópicos navideños, esas situaciones y frases que se repiten todos los años y sin las que la Navidad no sería Navidad. Por ejemplo, todo empieza con la decoración de la casa. Mientras que las madres intentan montar un árbol elegante y minimalista, los padres se empeñan en comprar un pino lo más grande posible para atiborrarlo con espumillón de todos los colores y millones de lucecitas intermitentes, a ser posible con música. Es en este momento de convivencia familiar cuando se pueden oír frases como "cuidado con las bombillas que como se rompa una ya no funciona el resto". ¡¡¡¡¡¡Mentira!!!!! Esto es una leyenda urbana navideña. Incluso las luces del chino sobreviven aunque se fundan un par de ellas.
Montado el Belén llega el momento de comprar lotería con la esperanza de hacernos millonarios. Todos nos gastamos un dineral en décimos. Nos volvemos ludópatas estacionales con las esperanza de arañar, aunque sea un gramillo, al famoso gordo. Es el momento de decir "como me toque, mañana va a trabajar Pirri" o "yo me conformo con un pellizquito". ¡¡¡¡¡Mentira otra vez!!!! ¿A quién queremos engañar? Sabemos que aunque los niños satánicos canten nuestro número no podremos dejar de trabajar porque el premio tampoco es para tanto, además, nadie, y digo NADIE se conforma con un pellizquito. Todos queremos el gordo. ¿O no?
Después del sorteo, llegamos al día después, y por lo tanto, al tercer tópico navideño. "Lo importante es que tenemos salud". ¡¡¡¡ Mentira!!!! ¿A quién queremos engañar? No es que la salud no sea importante. Pero ¿quién piensa realmente eso el 23 de diciembre? Ese día estamos cagándonos en todo y jurando y perjurando que el año que viene no volvemos a gastarnos tanto en lotería mientras revisamos una y otra vez la pedrea y vamos rompiendo esos décimos inservibles en los que habíamos depositado todas nuestras ilusiones y que ahora miramos con desprecio.
Superado el trance de vernos pobres llega el momento de organizar la cena de Nochebuena. Aparecen sobre la mesa esos mariscos que, como decía el anuncio, todos los años "vuelven a casa por Navidad" junto a las panderetas y las botellas de Anís del Mono. En la sobremesa los mayores se desmelenan y se convierten en una filial de Raya Real, zambombeando y rompiendo los panderos a golpe de pelotazo. Así no es de extrañar que lleguemos al quinto tópico: La acumulación en la nevera de sobras envueltas en papel de celofán.
El glamour de la cena navideña queda reducido a un reboltijo de todo un poco. Turrones derretidos, gambas resecas, jamón serrano helado... La historia se repite tan solo una semana después. Esta vez en fin de año.
En Nochevieja, al margen de Ramón García, (que es ya como si fuera parte de la familia), el protagonista es el reloj de la Puerta del Sol y la frase "todavía no, todavía no, que son los cuartos". Año tras año, primero la tele, y luego alguna tía o tío avispado, se empeña en explicar el complejo proceso de las campanadas. Después del trance, todos nos proponemos comernos las uvas ordenadamente para que nos dé tiempo a digerirlas, pero al final, la mayoría termina con los mofletes atiborrados, riéndose a carcajadas, mientras que el juguillo de las uvas te chorrea por la comisura de los labios estropeándote el maquillaje de fiesta.
Es ahora el momento de los buenos propósitos: Voy a apuntarme al gimnasio, voy a dejar de fumar, voy a ponerme a dieta.... Supongo que en este punto no es ni siquiera necesario que diga aquello de ¡¡¡¡ Mentira!!!!
Ya tocando al fin de las vacaciones, y con los nervios a flor de piel, esperamos que llegue la cabalgata de Reyes. Con la excusa de que vamos a comprar los regalos a los niños, nos vamos a los centros comerciales a toquetear todos los juguetes, sin pudor, organizando un tangai increíble en el pasillo de muñecas y robots del centro comercial. Mientras tanto los niños, histéricos, dicen aquello de "Me lo pido".
Una vez envueltos y empaquetados los regalos nos "sacrificamos" por los más pequeños y nos echamos a la calle para ver a Sus Majestades de Oriente. ¡¡¡¡¡ Mentira de nuevo!!!!! No vamos a llevar a los niños a la cabalgata, en realidad queremos ir nosotros, pero usamos a los chavales como excusa al igual que hacemos para ir al cine a ver la última ñoñada de Disney.
Así llegamos hasta el día 6 de enero, momento en el que la familia se reúne para abrir los regalos. Ahora es cuando se escucha siempre eso de "Este año los Reyes se han pasado" o "aquí vamos a tener que dejar de ser tan espléndidos". Esto sí que es hablar por hablar, porque al año siguiente volverán a amontonarse los paquetes debajo del árbol ( y que no falten, jiji).
Finalmente, en torno al árbol y al Belén, en el mismo sitio en el que empezamos la campaña navideña nos disponemos a terminarla. En esta ocasión la frase tópica y típica la pronuncian las madres: "vamos a recoger", y como suele suceder, no hay tantos voluntarios para quitar el espumillón y raspar la nieve artificial de los cristales como para ponerlo.
Para acabar no voy a ser muy original. Me mantendré en la línea de este post deseando a quién lea esto: Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
En esta ocasión voy a analizar los tópicos navideños, esas situaciones y frases que se repiten todos los años y sin las que la Navidad no sería Navidad. Por ejemplo, todo empieza con la decoración de la casa. Mientras que las madres intentan montar un árbol elegante y minimalista, los padres se empeñan en comprar un pino lo más grande posible para atiborrarlo con espumillón de todos los colores y millones de lucecitas intermitentes, a ser posible con música. Es en este momento de convivencia familiar cuando se pueden oír frases como "cuidado con las bombillas que como se rompa una ya no funciona el resto". ¡¡¡¡¡¡Mentira!!!!! Esto es una leyenda urbana navideña. Incluso las luces del chino sobreviven aunque se fundan un par de ellas.
Montado el Belén llega el momento de comprar lotería con la esperanza de hacernos millonarios. Todos nos gastamos un dineral en décimos. Nos volvemos ludópatas estacionales con las esperanza de arañar, aunque sea un gramillo, al famoso gordo. Es el momento de decir "como me toque, mañana va a trabajar Pirri" o "yo me conformo con un pellizquito". ¡¡¡¡¡Mentira otra vez!!!! ¿A quién queremos engañar? Sabemos que aunque los niños satánicos canten nuestro número no podremos dejar de trabajar porque el premio tampoco es para tanto, además, nadie, y digo NADIE se conforma con un pellizquito. Todos queremos el gordo. ¿O no?
Después del sorteo, llegamos al día después, y por lo tanto, al tercer tópico navideño. "Lo importante es que tenemos salud". ¡¡¡¡ Mentira!!!! ¿A quién queremos engañar? No es que la salud no sea importante. Pero ¿quién piensa realmente eso el 23 de diciembre? Ese día estamos cagándonos en todo y jurando y perjurando que el año que viene no volvemos a gastarnos tanto en lotería mientras revisamos una y otra vez la pedrea y vamos rompiendo esos décimos inservibles en los que habíamos depositado todas nuestras ilusiones y que ahora miramos con desprecio.
Superado el trance de vernos pobres llega el momento de organizar la cena de Nochebuena. Aparecen sobre la mesa esos mariscos que, como decía el anuncio, todos los años "vuelven a casa por Navidad" junto a las panderetas y las botellas de Anís del Mono. En la sobremesa los mayores se desmelenan y se convierten en una filial de Raya Real, zambombeando y rompiendo los panderos a golpe de pelotazo. Así no es de extrañar que lleguemos al quinto tópico: La acumulación en la nevera de sobras envueltas en papel de celofán.
El glamour de la cena navideña queda reducido a un reboltijo de todo un poco. Turrones derretidos, gambas resecas, jamón serrano helado... La historia se repite tan solo una semana después. Esta vez en fin de año.
En Nochevieja, al margen de Ramón García, (que es ya como si fuera parte de la familia), el protagonista es el reloj de la Puerta del Sol y la frase "todavía no, todavía no, que son los cuartos". Año tras año, primero la tele, y luego alguna tía o tío avispado, se empeña en explicar el complejo proceso de las campanadas. Después del trance, todos nos proponemos comernos las uvas ordenadamente para que nos dé tiempo a digerirlas, pero al final, la mayoría termina con los mofletes atiborrados, riéndose a carcajadas, mientras que el juguillo de las uvas te chorrea por la comisura de los labios estropeándote el maquillaje de fiesta.
Es ahora el momento de los buenos propósitos: Voy a apuntarme al gimnasio, voy a dejar de fumar, voy a ponerme a dieta.... Supongo que en este punto no es ni siquiera necesario que diga aquello de ¡¡¡¡ Mentira!!!!
Ya tocando al fin de las vacaciones, y con los nervios a flor de piel, esperamos que llegue la cabalgata de Reyes. Con la excusa de que vamos a comprar los regalos a los niños, nos vamos a los centros comerciales a toquetear todos los juguetes, sin pudor, organizando un tangai increíble en el pasillo de muñecas y robots del centro comercial. Mientras tanto los niños, histéricos, dicen aquello de "Me lo pido".
Una vez envueltos y empaquetados los regalos nos "sacrificamos" por los más pequeños y nos echamos a la calle para ver a Sus Majestades de Oriente. ¡¡¡¡¡ Mentira de nuevo!!!!! No vamos a llevar a los niños a la cabalgata, en realidad queremos ir nosotros, pero usamos a los chavales como excusa al igual que hacemos para ir al cine a ver la última ñoñada de Disney.
Así llegamos hasta el día 6 de enero, momento en el que la familia se reúne para abrir los regalos. Ahora es cuando se escucha siempre eso de "Este año los Reyes se han pasado" o "aquí vamos a tener que dejar de ser tan espléndidos". Esto sí que es hablar por hablar, porque al año siguiente volverán a amontonarse los paquetes debajo del árbol ( y que no falten, jiji).
Finalmente, en torno al árbol y al Belén, en el mismo sitio en el que empezamos la campaña navideña nos disponemos a terminarla. En esta ocasión la frase tópica y típica la pronuncian las madres: "vamos a recoger", y como suele suceder, no hay tantos voluntarios para quitar el espumillón y raspar la nieve artificial de los cristales como para ponerlo.
Para acabar no voy a ser muy original. Me mantendré en la línea de este post deseando a quién lea esto: Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
15 diciembre 2006
Lo que toca en Navidad
Huérfanos del calvo de la ONCE, todos nos enfrentamos a una Navidad en la que, salvo innovaciones publicitarias, casi todo lo demás se mantiene. Haciendo uso del eslógan, lo que toca es acumular décimos de lotería con la esperanza de hacernos millonarios, hacer acopio de polvorones en cantidades suficientes como para sobrevivir en caso de catástrofe nuclear, escribir crismas, christmasts, christmasssss..... vamos, felicitaciones de las de toda la vida con mensajes en serie en plan "que se cumplan todos tus deseos, que seas feliz... bla,bla,bla" y por último, lo que toca es montar el belén (literalmente) y plantar un árbol artificial en el salón.
A lo largo de estos días prenavideños, he observado varias conversaciones en torno a Nacimientos de todas clases que me han llevado a plantearme varias preguntas:
1.- Si Belén estaba en Oriente, ¿por qué hay nieve en los pesebres?
2.- ¿Había elefantes cerca del portal de Belén? Esta cuestión de índole "faunístico", se podría decir, se la planteaban el otro día dos azafatas a las 5:40 de la mañana en el aeropuerto de Málaga mientras veían como en el Nacimiento un paje luchaba por dominar a un elefante cargado de regalos. Curioso medio de transporte.
3.- ¿Por qué se pone a un tío cagando detrás de una piedra? Puedo entender que se intente recrear el ambiente de la época con una lavandera, un panadero o un grupo de pastores, pero, ¿es necesario tener a un catalán haciendo sus necesidades junto al portal? ¿Por qué no ponemos a uno sacándose un moco y lo llamamos el mocanet?
4.- ¿El Guadiana pasa por Belén? Todos sabemos que este castizo río español se pierde en un tramo de su cauce, por lo que me pregunto si reaparece en Oriente porque en todos los nacimientos hay un río (principalmente de papel de plata) que nace en la pared y suele desaparecer, de repente, en mitad de la nada.
5.- ¿Existía la manipulación genética en el siglo I d.C? Si no es así, cosa que parece más que probable, ¿por qué en esos nacimientos tan reales se mezclan gallinas del tamaño de una vaca con dromedarios que son la mitad de altos que un cerdo? Es más, ¿había pigmeos en Belén? Me lo pregunto porque suele ser habitual ver a un San José que en proporción debería medir tres metros junto a un pastor que no le llega ni a las rodillas.
Estas son mis cuestiones, pero seguro que hay quién se plantea muchas más. ¿O no?
A lo largo de estos días prenavideños, he observado varias conversaciones en torno a Nacimientos de todas clases que me han llevado a plantearme varias preguntas:
1.- Si Belén estaba en Oriente, ¿por qué hay nieve en los pesebres?
2.- ¿Había elefantes cerca del portal de Belén? Esta cuestión de índole "faunístico", se podría decir, se la planteaban el otro día dos azafatas a las 5:40 de la mañana en el aeropuerto de Málaga mientras veían como en el Nacimiento un paje luchaba por dominar a un elefante cargado de regalos. Curioso medio de transporte.
3.- ¿Por qué se pone a un tío cagando detrás de una piedra? Puedo entender que se intente recrear el ambiente de la época con una lavandera, un panadero o un grupo de pastores, pero, ¿es necesario tener a un catalán haciendo sus necesidades junto al portal? ¿Por qué no ponemos a uno sacándose un moco y lo llamamos el mocanet?
4.- ¿El Guadiana pasa por Belén? Todos sabemos que este castizo río español se pierde en un tramo de su cauce, por lo que me pregunto si reaparece en Oriente porque en todos los nacimientos hay un río (principalmente de papel de plata) que nace en la pared y suele desaparecer, de repente, en mitad de la nada.
5.- ¿Existía la manipulación genética en el siglo I d.C? Si no es así, cosa que parece más que probable, ¿por qué en esos nacimientos tan reales se mezclan gallinas del tamaño de una vaca con dromedarios que son la mitad de altos que un cerdo? Es más, ¿había pigmeos en Belén? Me lo pregunto porque suele ser habitual ver a un San José que en proporción debería medir tres metros junto a un pastor que no le llega ni a las rodillas.
Estas son mis cuestiones, pero seguro que hay quién se plantea muchas más. ¿O no?
12 diciembre 2006
Familias y Familias
Hay dos tipos de familia: las de sangre y las de verdad. La de sangre es la que te toca por culpa de la naturaleza y la de verdad es la que tienes, gracias a Dios. Dentro de las primeras, es decir, de las impuestas, entraría la madre de tu padre, con la que hablas una vez al mes por compromiso, o ese hermano de tu madre que sabes que te toca algo porque compartís alguna enfermedad congénita.
Entre las segundas, gracias a Dios, se incluirían esos vecinos del tercero con los que tu hermano y tú pasasteis la varicela, las comuniones y alguna que otra Navidad, o aquella señora mayor que vivía dos portales más arriba y que además de tener el teléfono de los Reyes Magos te daba un sobao o una campurriana si ibas a su casa a la hora de merendar.
Antes tenía a mis parientes a 600 kilómetros y, salvo dos o tres excepciones, solo echaba de menos los regalos de cumpleaños que siempre llegaban tarde. Ahora, los que están lejos son mis vecinos y lo que echo de menos son las caricias de talquistina, las campanadas de paellera y las adivinanzas de aquel hombre con boina que también tenía línea directa con Sus Majestades de Oriente.
Entre las segundas, gracias a Dios, se incluirían esos vecinos del tercero con los que tu hermano y tú pasasteis la varicela, las comuniones y alguna que otra Navidad, o aquella señora mayor que vivía dos portales más arriba y que además de tener el teléfono de los Reyes Magos te daba un sobao o una campurriana si ibas a su casa a la hora de merendar.
Antes tenía a mis parientes a 600 kilómetros y, salvo dos o tres excepciones, solo echaba de menos los regalos de cumpleaños que siempre llegaban tarde. Ahora, los que están lejos son mis vecinos y lo que echo de menos son las caricias de talquistina, las campanadas de paellera y las adivinanzas de aquel hombre con boina que también tenía línea directa con Sus Majestades de Oriente.
01 diciembre 2006
Cabeza de Salami
La ausencia del gen G en mi ADN (responsable del glamour), me lleva a asombrarme de determinadas situaciones que para muchas, me imagino, serán lo más normal del mundo. Por ejemplo, en el día de ayer decidí ir a la peluquería a ver si lo mío tenía solución. Pues bien, tras comprobar los buenos resultados de una compañera, opté por una pelu de lo más chic.
Nada más llegar una chica me recogió la chaqueta y el bolso y me lo colgó en una percha roja dentro de un mini-armario. Me lavaron la cabeza y me preguntaron si quería aplicarme un tratamiento hidratante. Yo le dije que sí, total, para una vez al año que voy a cortarme el pelo...
Después de elegir el corte de pelo en una revista en la que aparecían miles de chicas con las cabezas como yo cuando me levanto todas las mañanas (eso sí, todas monísimas), me empezaron a cortar el pelo, en silencio, solo con música chill out de fondo. Nada de marujeos típicos esteponeros en plan "has visto lo gorda que se ha puesto la Mari"...
Una vez terminado el corte me dijeron que me iban a "aplicar el tratamiento hidratante" (yo creía que habían cumplido con el suavizante cuando me lavaron la cabeza, pero no). Total, me empezaron a echar una especie de mascarilla con una brocha mechón por mechón y cuando terminó me envolvió la cabeza en un papel de celofán transparente como si mi cabeza fuera una barra gigante de salami.
Pero la cosa no termina aquí. No contenta con precintarme y dejarme la oreja doblada al estilo del Sloth de los Goonies, la buena mujer me metió en un secador de esos siderales que parecen el casco de Darth Vader.
Ahí estaba yo, cual maruja con los rulos, debajo del secador gigante mientras me acordaba del secador casero conectado a una bolsa que se ponía en la cabeza del que me hablaban este fin de semana y que me pareció lo más hortero del mundo.
Después de 10 minutos de calor intenso sobre mi cabeza de salami, me retiraron el artefacto peluqueril y la chica me dijo que ahora tocaba el masaje. Yo estaba flipando. Había venido a cortarme el pelo y ya me habían envuelto la cabeza como si fuera un embutido, introducido en una cápsula de calor portátil y ahora pretendían masajearme.
En esa situación, lo mejor es dejarte, para no quedar como una cateta. Así que ahí estaba yo, con la cabeza todavía con el celofán puesto y una chica masajeándome la espalda mientras yo hacía cábalas a cerca de cuanto me iban a clavar.
Por fin, después de todo el ceremonial, me secaron el pelo, me peinaron y me fui de allí monísima de la muerte y con el bolsillo no del todo roto.
Es lo que tiene el no ser glamourosa, cualquier cosita te parece una aventura.
Nada más llegar una chica me recogió la chaqueta y el bolso y me lo colgó en una percha roja dentro de un mini-armario. Me lavaron la cabeza y me preguntaron si quería aplicarme un tratamiento hidratante. Yo le dije que sí, total, para una vez al año que voy a cortarme el pelo...
Después de elegir el corte de pelo en una revista en la que aparecían miles de chicas con las cabezas como yo cuando me levanto todas las mañanas (eso sí, todas monísimas), me empezaron a cortar el pelo, en silencio, solo con música chill out de fondo. Nada de marujeos típicos esteponeros en plan "has visto lo gorda que se ha puesto la Mari"...
Una vez terminado el corte me dijeron que me iban a "aplicar el tratamiento hidratante" (yo creía que habían cumplido con el suavizante cuando me lavaron la cabeza, pero no). Total, me empezaron a echar una especie de mascarilla con una brocha mechón por mechón y cuando terminó me envolvió la cabeza en un papel de celofán transparente como si mi cabeza fuera una barra gigante de salami.
Pero la cosa no termina aquí. No contenta con precintarme y dejarme la oreja doblada al estilo del Sloth de los Goonies, la buena mujer me metió en un secador de esos siderales que parecen el casco de Darth Vader.
Ahí estaba yo, cual maruja con los rulos, debajo del secador gigante mientras me acordaba del secador casero conectado a una bolsa que se ponía en la cabeza del que me hablaban este fin de semana y que me pareció lo más hortero del mundo.
Después de 10 minutos de calor intenso sobre mi cabeza de salami, me retiraron el artefacto peluqueril y la chica me dijo que ahora tocaba el masaje. Yo estaba flipando. Había venido a cortarme el pelo y ya me habían envuelto la cabeza como si fuera un embutido, introducido en una cápsula de calor portátil y ahora pretendían masajearme.
En esa situación, lo mejor es dejarte, para no quedar como una cateta. Así que ahí estaba yo, con la cabeza todavía con el celofán puesto y una chica masajeándome la espalda mientras yo hacía cábalas a cerca de cuanto me iban a clavar.
Por fin, después de todo el ceremonial, me secaron el pelo, me peinaron y me fui de allí monísima de la muerte y con el bolsillo no del todo roto.
Es lo que tiene el no ser glamourosa, cualquier cosita te parece una aventura.