19 septiembre 2007
El submundo del marujeo
Siempre había ido a los supermercados como acompañante de mi madre, pero ahora, tras mi incursión en el mundo marujil, me tengo que enfrentar sola, con mi carrito, al submundo de las Maris.
Al margen de los carros dispuestos estratégicamente para no dejar pasar a nadie mientras le cuentas a tu vecina lo malísimos que son los profesores de tu hijo, lo mal que lleva el embarazo tu cuñada o lo mala pécora que es tu suegra (porque en los pasillos nunca se escucha a alguien una conversación agradable), pues también te puedes encontrar con personajillos autónomos extraños. Por ejemplo, el otro día, mientras estaba entre el papel higiénico y las escobas, se acerca a mí una mujer chiquitilla y delgadita, vestida con un vestidito playero azul y los pelos de color Rubio Hacendado y me dice señalando detrás de mi:
"Esto ya no me hace falta"
Yo giré la cabeza y me encontré la estantería de las compresas con sus colores chillones. Vuelvo a mirar a la mujer, y sin saber por donde salir le dije "Pues mira que suerte" (Fue lo primero que me vino a la cabeza).
Ingenua de mí, pensé que todo iba a quedar allí, pero no. La mujer empezó a contarme que llevaba muy bien la menopausia, que a ella no le habían dado los bochornos y que a sus 53 años no le habían afectado los estrógenos. A estas alturas yo ya pensaba que iba a tener que coger el palo extensible "ahora más largo" de Mercadona, para dejar KO a ese extraño hobbit marujil y poder seguir comprando, pero pensé que sería menos llamativo seguirle el rollo y decir "pues eso que se ahorra" (eso sí, acompañado de una sonrisa entre afable y nerviosa).
Ahí quedó mi conversación con este personajillo. Pero no fue todo, si no que después de haber hecho la compra, me coloqué en las cajas. Aquí me río yo de las salidas de la Fórmula 1. Yo me encontraba en la segunda posición en la línea de salida detrás de un carro repleto de combustible que iba a tardar mil en arrancar.
De repente, una cajera repleta de oro y con unos rabillos que le llegaban hasta las orejas, abrió la otra caja, y ahí empezó la estrategia a lo Fernando Alonso. La señora y el hombre que había detrás de mí aprovecharon sus mini monoplazas en forma de cesta con ruedas para adelantarme y cerrarme en la curva, como suele hacerle Massa al Asturiano, y yo me salí de pista y perdí posiciones. Pasé de la primera a la tercera posición.
Seguía teniendo podio, puntué, pero no veas que coraje. Ahora entiendo a Fernando Alonso. Eso sí, la próxima vez, me hago con la pole y la vuelta rápida del Mercadona sea como sea.
Al margen de los carros dispuestos estratégicamente para no dejar pasar a nadie mientras le cuentas a tu vecina lo malísimos que son los profesores de tu hijo, lo mal que lleva el embarazo tu cuñada o lo mala pécora que es tu suegra (porque en los pasillos nunca se escucha a alguien una conversación agradable), pues también te puedes encontrar con personajillos autónomos extraños. Por ejemplo, el otro día, mientras estaba entre el papel higiénico y las escobas, se acerca a mí una mujer chiquitilla y delgadita, vestida con un vestidito playero azul y los pelos de color Rubio Hacendado y me dice señalando detrás de mi:
"Esto ya no me hace falta"
Yo giré la cabeza y me encontré la estantería de las compresas con sus colores chillones. Vuelvo a mirar a la mujer, y sin saber por donde salir le dije "Pues mira que suerte" (Fue lo primero que me vino a la cabeza).
Ingenua de mí, pensé que todo iba a quedar allí, pero no. La mujer empezó a contarme que llevaba muy bien la menopausia, que a ella no le habían dado los bochornos y que a sus 53 años no le habían afectado los estrógenos. A estas alturas yo ya pensaba que iba a tener que coger el palo extensible "ahora más largo" de Mercadona, para dejar KO a ese extraño hobbit marujil y poder seguir comprando, pero pensé que sería menos llamativo seguirle el rollo y decir "pues eso que se ahorra" (eso sí, acompañado de una sonrisa entre afable y nerviosa).
Ahí quedó mi conversación con este personajillo. Pero no fue todo, si no que después de haber hecho la compra, me coloqué en las cajas. Aquí me río yo de las salidas de la Fórmula 1. Yo me encontraba en la segunda posición en la línea de salida detrás de un carro repleto de combustible que iba a tardar mil en arrancar.
De repente, una cajera repleta de oro y con unos rabillos que le llegaban hasta las orejas, abrió la otra caja, y ahí empezó la estrategia a lo Fernando Alonso. La señora y el hombre que había detrás de mí aprovecharon sus mini monoplazas en forma de cesta con ruedas para adelantarme y cerrarme en la curva, como suele hacerle Massa al Asturiano, y yo me salí de pista y perdí posiciones. Pasé de la primera a la tercera posición.
Seguía teniendo podio, puntué, pero no veas que coraje. Ahora entiendo a Fernando Alonso. Eso sí, la próxima vez, me hago con la pole y la vuelta rápida del Mercadona sea como sea.